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sábado, 5 de noviembre de 2016

Juramentos


por Victoria García Jolly


Ella miraba a través de la ventana. Su mente en blanco, agotada. Él recogía cosas de todos lados, apresurado las guardaba desordenadamente sabiendo que la pondría frenética, y eso le causaba cierto placer. Pero ella lo pasó por alto esta vez, su mirada insistía en atravesar la ventana y buscar un punto fijo lejos de la habitación. Era inútil, las lágrimas opacaban su visión. Agitado, él terminó su quehacer. Todo estaba listo y dispuesto. Con las palmas abiertas se palpó el cuerpo y revisó sus bolsillos  para verificar que nada olvidaba. Ella continuaba sin mirarlo. Ya en la puerta, justo antes de azotarla, él se atrevió a amenazarla: te juro que podemos ser felices. Y se fue para no volver.

—o—


Cuando él le juró que podrían ser felices, a ella no se le ocurrió más que hacer sus maletas y largarse.

—o—


Cuando él con vehemencia le juró que podrían ser felices, ella, invadida por una seguridad inusitada, una sensación de libertad renovada y cantando de felicidad, sacó del armario sólo aquello que cupiera en la única maleta que pensaba llevar a su viaje sin retorno.

—o—


—La única manera que encontré para cumplir tu juramento de ser felices fue empacando tus cosas y no volver a verte jamás. —Te dije mientras el cerrajero cambiaba la chapa de la puerta.

—o—


Todo era perfecto entre nosotros, hasta que un día, por error te envié en un mensaje mi juramento de ser felices. Lo admito, el mismo de hace un año cuando trataba afanosamente de conquistar tu amor empleando mis mejores estrategias: frases hechas y copiadas de novelas, además de las de mi propio repertorio de correos muchas veces enviados. Así fue como llegaste a la conclusión de que para cumplir tal juramento debía recoger mis cosas. Seremos felices, dijiste, sí, cada uno por su lado.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

Antología virtual de minificción mexicana: Victoria García Jolly

Victoria García Jolly es nativa de la Ciudad de México —¡como cinco generaciones de su familia!—. Entre sus muchas pasiones están el arte, la música, las libretas, las plumas fuente y su marido†. [...] Ha publicado dos libros bobos: ¡Cuidado! Café cargado (2010) y ¡Mmm! Chocolate sin culpa (2015), y uno más, algo nada bobo: El libro de las letras. De la a a la z y no es diccionario (2011), para lo cual leyó montones de diccionarios y libros de filología. Finalmente, como no sabe estarse quieta, juntó todos sus textos serios sobre artes plásticas en Para amar al arte (2016), y lo publicó en coedición con la UAM Xochimilco.
Su dificultad para leer la superó cuando usó el primer par de anteojos y descubrió el cuento y la poesía: el humor de Jardiel Poncela, el amor a la vida de Whitman y el amor, amor en Neruda. Pronto se dedicó a la escritura de su propia ficción, pero mantuvo esta actividad guardada y sin pulir en montones de libretas dentro de un cajón dentro de un clóset. No se puede precisar qué la incitó ni cómo ni cuándo inició su «salida» y se animó a divulgar sus cuentos. Tal vez fue impulsada por sus maestros de cuento y literatura, Ricardo Chávez Castañeda y René Avilés Fabila, quien le escribió esto en un correo no hace mucho: «Ah, tu cuento es muy bueno, serás una feliz madre de un libro de minificciones. Bienvenida al mundo literario, ya triunfaste en el diseño y en el ensayo breve, ahora a lo que sigue en tu brillante carrera». Es con la Universidad Autónoma de Aguascalientes que espera publicar dicho libro.

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martes, 1 de noviembre de 2016

El deceso de un bígamo


para Cecilia E. y David G.
Tras su temprana muerte, el jefe dejó a dos viudas aún enamoradas, dolidas y demandantes. Trámites y asuntos por finiquitar requirieron la presencia de ambas en la oficina. Los pobres empleados empezaron a adoptar las viejas costumbres de su patrón, quien, con enorme audacia, había mantenido felices e ignorantes a sus dos mujeres. Además de abrazarlas y dejarlas llorar en sus hombros, cuidaban minuciosamente la agenda de visitas para evitar un fatal encuentro: cuando una venía colocaban su retrato sobre el escritorio mientras el otro era guardado en un cajón; al retirarse la primera, la operación se realizaba a la inversa en espera de la segunda.
Se ponían a tal grado nerviosos al ocultar a una la existencia de la otra, que la situación se hizo verdaderamente desgastante y comenzaba a tomar visos de película mexicana.

Con el tiempo, y ya fastidiados por completo de mocos, llantos y tristezas ajenas, y dado que ninguna de estas tareas estaba prevista en su contrato laboral ni recibirían algún tipo de gratificación o aumento de sueldo por ello, decidieron hacerlas coincidir en un arranque de malsano sentido del humor.


por Victoria García Jolly

lunes, 13 de junio de 2016

6 CUENTOS 6

“Diario le digo que lo amo, y de nada sirve porque es sordo.”
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“Diario le digo que lo amo y él, educado y lacónico, me da las gracias.”
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“Diario le digo que lo amo y él, entusiasmado y agradecido, mueve la cola.”
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“Diario le digo que lo amo, no importa que no responda. Luego salgo corriendo del cementerio para llegar temprano al trabajo.”
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“Diario le digo que lo amo, excepto sábados y domingos. Sólo somos novios entre semana.”
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“Diario le digo que lo amo. Diario le digo que lo amo. Padezco ecolalia. Padezco ecolalia.”


sábado, 4 de junio de 2016

Cartas

Aquella mañana salimos muy temprano, queríamos llegar a Achuchulco antes del desayuno. Ya sabes, las tías de Lorenzo te atrapan con su comida; sirven primero chocolate y pan, luego materialmente te obligan a comer tamalitos de elote con crema y quesillo fresco que ellas mismas hacen con la leche de sus vacas. Así que salimos a las cinco de la madrugada. Yo me venía durmiendo, cabeceaba y no lograba mantener los ojos abiertos, pero Lorenzo estaba muy pendientito del camino y manejaba hábilmente. Hacía un recondenado frío —sólo por eso no me quedé dormida del todo—, y además el camino todavía estaba muy oscuro. No sé cómo fue que nos perdimos y fuimos a dar ahí, al pueblucho de tres casas. Al parecer confundimos una desviación con otra y tomamos un camino que cada vez se hacía más y más  angosto. No sé por qué no dimos la media vuelta, no: seguimos. La carretera destruida y pedregosa provocaba que el auto se bamboleara en exceso, fue entonces cuando me abrí aquí en la sien con el filo de la ventanilla.
El resto ni Lorenzo ni yo supimos cómo sucedió. Cuando abrí los ojos —sí los tenía bien cerrados y estaba soñando—, tardé unos segundos en darme cuenta de que la luz ya no era parte del sueño, y notar que estaba amarrada y tirada en el piso de tierra de una casucha mínima, pobre y sucia. Entonces vi a una mujercilla de pelos de alambre grises y despeinados, de piel ajada por el sol y la edad, la vi encaramada sobre Lorenzo. Sentí náuseas cuando descubrí lo que en realidad le hacía al cuerpo inmóvil del desdichado; estaba desnudo y ella lo besaba, lo mordía, lo chupaba, lo estrujaba; él sudaba copiosamente, pero no podía defenderse, parecía como drogado o sedado. Fue en ese momento cuando la bruja me descubrió mirando la escena y arremetió contra mí. Se apartó de Lorenzo y tomó el primer objeto que encontró —el maldito sillín de palo que estaba a mis pies— y hasta que no quedara más que con astillas en sus manos, no dejaría de golpearme. Yo estaba a su merced, sin defenderme, sin gritar y a punto de perder el conocimiento cuando Lorenzo reaccionó por fin. Entre aturdido y atarantado como estaba, tomó un cuchillo cebollero de la mesa que era cocina y comedor a la vez, no sé cómo lo encontró entre tanto cacharro como había ahí encima. La vieja no se percató de esto, por eso Lorenzo tuvo tiempo de hacerse de fuerzas y con un ágil movimiento de arriba abajo enterró el cuchillo en el cuerpo de la mujercilla. Dicen que le atravesó las costillas los pulmones y el corazón. Recuerdo que abrió los ojos casi hasta expulsarlos de sus órbitas, abrió también la boca y escupió sangre sobre de mi cuerpo ya sangrante, de inmediato se derrumbó como un costal sobre de mi pie izquierdo desbaratándolo prácticamente.
Esta es la tercera operación que me hacen, y Lorenzo sigue preso. No se ha podido comprobar que el homicidio fue en defensa mía o suya… Sólo puedo escribirle, diario le digo que lo amo. Todo es inútil.

lunes, 5 de octubre de 2015

Siempre cerca


Harta de las infidelidades de su marido, Martha, que lo amaba obsesivamente, no quería otra cosa que encontrar la manera de poderlo controlar y tenerlo siempre cerca. Después de semanas de indagaciones fue a dar hasta Jesús María, en Aguascalientes, donde un "brujo de lujo" le dio una pócima infalible que pondría punto final a su triste situación: así, su amado esposo, quedó convertido en tarántula. Desde entonces lo lleva a todas partes encerrado en una cajita para que no se escape ni aterrorice a nadie. Se ha hecho costumbre, mientras conduce su coche, sacarlo y acariciarlo cariñosamente. Por las noches, ya metida en su cama, con un beso deshace el hechizo y hacen el amor apasionadamente. Satisfecha Martha, antes de dormir, lo regresa a su arácnida condición con dos besos llenos de ternura.

Se me fue el avión


Un impulso sentimental y verdaderamente absurdo la llevó a visitar a su hermana camino al aeropuerto. Tenía más de tres años de no verla, y bien el encuentro podía seguir aplazándose, pero el repentino afecto la hizo desviar su camino a pesar de saber que comprometía su llegada a la terminal. Los aviones suelen ser puntuales, le habían dicho. La visita se alargó entre abrazos, últimas despedidas y recomendaciones. El taxista aceptó el reto de volar literalmente para tratar de llegar a tiempo. Muy satisfecho, pero ignorando que era demasiado tarde, la dejó en el aeropuerto. El vuelo había cerrado sólo siete minutos antes. 
La encargada hizo arreglos para que pudiera viajar en el siguiente vuelo bajo la advertencia de que debía esperar cerca de tres horas y cambiar de aerolínea. Ella aceptó sin chistar. 
Justo cuando estaba por abordar, la sala de espera estaba inusualmente repleta. Ni un asiento disponible. La gente que la rodeaba hablaba en voz tan alta de tal manera que así se enteró de que el avión perdido jamás despegó. Estaba demorado. Los pasajeros que habían llegado a tiempo seguían esperando mientras ella se sentaba cómodamente y se abrochaba el cinturón de seguridad, satisfecha de saber que, en menos de dos horas, estaría acostada en su cama.

Epílogo


El capitán anunció por el altavoz que habría ligera turbulencia y que para Michelle, una de las sobrecargos, sería su último vuelo, pues un embarazo de dos meses le demandaba permanecer en tierra. Todos los pasajeros prorrumpieron en aplausos. No haber tenido que pagar otro boleto, bien vale esto, pensó.