sábado, 4 de junio de 2016

Cartas

Aquella mañana salimos muy temprano, queríamos llegar a Achuchulco antes del desayuno. Ya sabes, las tías de Lorenzo te atrapan con su comida; sirven primero chocolate y pan, luego materialmente te obligan a comer tamalitos de elote con crema y quesillo fresco que ellas mismas hacen con la leche de sus vacas. Así que salimos a las cinco de la madrugada. Yo me venía durmiendo, cabeceaba y no lograba mantener los ojos abiertos, pero Lorenzo estaba muy pendientito del camino y manejaba hábilmente. Hacía un recondenado frío —sólo por eso no me quedé dormida del todo—, y además el camino todavía estaba muy oscuro. No sé cómo fue que nos perdimos y fuimos a dar ahí, al pueblucho de tres casas. Al parecer confundimos una desviación con otra y tomamos un camino que cada vez se hacía más y más  angosto. No sé por qué no dimos la media vuelta, no: seguimos. La carretera destruida y pedregosa provocaba que el auto se bamboleara en exceso, fue entonces cuando me abrí aquí en la sien con el filo de la ventanilla.
El resto ni Lorenzo ni yo supimos cómo sucedió. Cuando abrí los ojos —sí los tenía bien cerrados y estaba soñando—, tardé unos segundos en darme cuenta de que la luz ya no era parte del sueño, y notar que estaba amarrada y tirada en el piso de tierra de una casucha mínima, pobre y sucia. Entonces vi a una mujercilla de pelos de alambre grises y despeinados, de piel ajada por el sol y la edad, la vi encaramada sobre Lorenzo. Sentí náuseas cuando descubrí lo que en realidad le hacía al cuerpo inmóvil del desdichado; estaba desnudo y ella lo besaba, lo mordía, lo chupaba, lo estrujaba; él sudaba copiosamente, pero no podía defenderse, parecía como drogado o sedado. Fue en ese momento cuando la bruja me descubrió mirando la escena y arremetió contra mí. Se apartó de Lorenzo y tomó el primer objeto que encontró —el maldito sillín de palo que estaba a mis pies— y hasta que no quedara más que con astillas en sus manos, no dejaría de golpearme. Yo estaba a su merced, sin defenderme, sin gritar y a punto de perder el conocimiento cuando Lorenzo reaccionó por fin. Entre aturdido y atarantado como estaba, tomó un cuchillo cebollero de la mesa que era cocina y comedor a la vez, no sé cómo lo encontró entre tanto cacharro como había ahí encima. La vieja no se percató de esto, por eso Lorenzo tuvo tiempo de hacerse de fuerzas y con un ágil movimiento de arriba abajo enterró el cuchillo en el cuerpo de la mujercilla. Dicen que le atravesó las costillas los pulmones y el corazón. Recuerdo que abrió los ojos casi hasta expulsarlos de sus órbitas, abrió también la boca y escupió sangre sobre de mi cuerpo ya sangrante, de inmediato se derrumbó como un costal sobre de mi pie izquierdo desbaratándolo prácticamente.
Esta es la tercera operación que me hacen, y Lorenzo sigue preso. No se ha podido comprobar que el homicidio fue en defensa mía o suya… Sólo puedo escribirle, diario le digo que lo amo. Todo es inútil.

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