Sí, a diario te digo que te amo. Te lo digo en lunes para comenzar el día y la semana, para comenzar el ritual de no-me-olvides, para seguir con la tradición y la cantaleta de las tareas sin concluir y las noches en vela.
Te digo y te diré mañana martes que te amo porque llegas a casa, a tu tierra donde habito, a tu ciudad que se consume de abandono. Te digo que te amo todos los miércoles porque el sol brilla a media semana y los pájaros me despiertan antes con su escándalo.
Te digo que te amo los jueves y los viernes, te lo digo porque ya he olvidado que te lo dije cien veces el lunes. He olvidado cómo suena el teléfono, he olvidado que tu voz dice yo-también. Te digo que te amo en jueves porque fueron insuficientes las te-amo del miércoles. Y te digo que te amo los viernes porque quiero que sueñes conmigo en la noche: con mi voz en un eco suave que te arrulla.
Te digo que te amo tempranito los sábados porque corro a ocupar mis horas y no lo puedo decir en clase. Te digo que te amo los sábados en cada pensamiento que va para ti entre gises y borradores. Te digo que te amo en la tarde antes de que llueva y después, cuando siento los pies fríos y quiero que me los calientes. Te digo que te amo antes de dormir y ya es domingo. Ya estoy en mi cama y te digo que te amo en pijama y con los párpados ardorosos de sueño, pesados como piedras.
Te digo que te amo en domingo cuando el taxi me acerca a tu casa y elevo la cabeza como queriendo verla y no se puede. El domingo te digo que te amo entre acordes, batutas, partituras. Te digo que te amo en domingo en voz muy alta para que te alcance en el sauna, en tu rincón del alma. Entonces sucede algo extraño: todo mundo se percata de que te lo he dicho un millón de veces esta semana y rompen en aplausos para callarme; yo me inclino, agradecida, para engañarlos. Apenas silencian sus palmas y todavía —qué bueno— en domingo te digo que te amo. Todo para volver a empezar el lunes el ritual de no-me-olvides.
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