Anaïs Nin, a la espera de un amante...
Mis deseos son inmensos e inmensa es también mi debilidad.
Anaïs Nin, 18 de enero de 1936.
«Siempre creí que era la artista que llevo dentro la que hechizaba [...] mi trabajo». De esta manera comienza Incesto,[1] con lo que se declara a sí misma escritora. Sin embargo, la crítica no siempre la ha considerado como tal, hasta la fecha prevalece una fuerte polémica al rededor de su obra, la cual de ninguna manera supera a su estilo franco y fresco, escrito al calor del momento, de sus diarios. Ella misma dice: «mi estilo es desnudo, nunca pienso en cómo voy a decir algo, me limito a decirlo».
Anaïs Nin nació en París en 1903, pero es una auténtica ciudadana del mundo, pues se educó en La Habana, Barcelona y Nueva York. Su padre, el musicólogo y compositor cubano-catalán Joaquín Nin, los abandonó a ella, a su hermano y a su madre Rosa Culmell, hija de un diplomático danés establecido en La Habana. De esta ruptura con su padre, ocurrida cuando Anaïs apenas tenía 11 años, se desprende una de sus más fuertes historias. A los 13 años empezó a escribir su diario, que continuó ininterrumpidamente hasta su muerte. Karl Shapiro asegura que el mundo literario de ambos lados del Atlántico vivió entre los rumores sobre un diario extraordinario, mientras que Henry Miller en una carta sencillamente afirma: «tu obra maestra, es decir, tu diario».
Una no debe preocuparse tanto, lo mejor que una puede hacer es dormir.
22 de abril de 1935.
Un personnage
Su diario, todo un personaje, como ella lo consideraba, su confidente y eterno acompañante de su vida, por el que tiene una verdadera dependencia, el único medio por el cual conserva su sinceridad, sin importar lo grande que fuese su crimen. En sus páginas Anaïs describe a la mujer libre, o libertina, si alguien se atreve a juzgarla, en una eterna confesión de realidades, de sueños, de sus mentiras, de cómo mentía a sus amantes, a su marido, a su madre y a su hermano: «Mentir es la única manera que he encontrado para ser sincera conmigo misma, para hacer lo que quiero haciendo el mínimo daño a los demás.» Se dice que para cualquier escritor, escribir es un acto de valentía, y para Nin era un acto catártico; al analizarse, nunca se engaña a sí misma, no omite detalles, en cambio omite banalidades, no se autocensura, trata de conocerse y reconoce sus errores, sus imprudencias, sus despilfarros, sufre.
Su diario es el principio y el fin de su fortaleza y su debilidad, es una serie de sucesos cotidianos y extraordinarios y hasta contradictorios. Cada línea habla de sus limitaciones, sus deseos, sus éxitos y sus fracasos. No es una heroína, es sólo un ser humano que sabía dar y no sabía decir que no. Sus detractores aseguran que el diario es más ficción que realidad, no creen en su sinceridad, pues en él también plasma lo que imagina, lo que planea en su cabeza y que jamás ejecuta, pero no saben reconocer lo que ella dijo de su obra alguna vez «en el diario soy natural, en la novela, artificial». Sus jueces la someten a la censura, palidecen al descubrir en sus narraciones detalles de su sexualidad, descripciones vívidas sobre lo hecho, sobre los cuerpos y los besos; detalles de sus deseos, de su vida, de sus perversiones, sus sueños eróticos, todo aquello que la mayoría de la gente no se confiesa ni a sí misma.
Escondo mi diario y mis cartas dentro del colchón de nuestra cama, cuyo forro he abierto con una cuchilla de afeitar.
22 de julio de 1933.
Estoy aquí para amar
Desde luego el amor y su búsqueda es el tema central del diario, es el tema central de Nin, tal como lo es para cualquier ser humano. Anaïs empezó a buscar el amor desde que su padre abandonó a su familia, y lo intentó de mil maneras, entregándose sin reserva a todos: «Mi amor exagerado por todas las personas y cosas no es neurosis, sino amor, cariño pasión». A los 19 años se casó con el banquero Hugh Parker Guiler, quien muchos años después llegó a ser Ian Hugo, cineasta surrealista. Por él, escribe, siente un verdadero amor filial, para él es toda su lealtad, su ternura, su amistad, su piedad, su culpa, por él miente, miente para protegerlo, actúa, calla y sufre, pero no se arrepiente y no se detiene.
Su estatus de mujer casada no impidió jamás continuar la búsqueda, Henry Miller fue uno de sus grandes amores, «no el más grande», pero sí fuerte, pasional, libre, absolutamente libre, contradictorio, por momentos se sentía como una madre protectora, por momentos lo veía como a un padre intelectual, otras más era un esposo, un matrimonio tierno y calmado. Siempre era el amor motor, el amor para ser feliz, el amor para ser infiel, el amor de obsesión, de celos, de autotortura, el amor de riesgo: «Desearía que se murieran todos, Hugh y Padre, y poder vivir con Henry». Si bien la relación íntima se prolongó hasta la década del 40 y superó barreras, infidelidades, decepciones, separaciones, contrapuntos, pobrezas, críticas, viajes y desatinos, tuvo fin, no así su correspondencia, que sólo cesó con la muerte de Anaïs en 1977. Entre tantos escribe Anaïs «Henry era el único que estaba vivo».
He podido hacer a Henry el mayor de los regalos: el de no apresarlo, el de mantener nuestras almas independientes, aunque fundidas.
25 de marzo de 1933
De sus diarios se puede sacar una lista interminable de amantes que un día la colmaban de dicha. Malabarearlos le infundía adrenalina, pero también la hacían quejarse lastimosamente: «[...]se me van todas las fuerzas. Demasiada carga sobre mis hombros. Entrego todas mis fuerzas a quienes se me acercan. Ninguno de ellos me da fuerza. No tengo amigos. Estoy sola». Y, sin embargo, sabía ver en cada uno su lado positivo, por ejemplo, de Antonin Artaud, sus ojos; de su psicoanalista René Allendy, su nobleza; de Bel Geddes, su experiencia; de Gonzalo Moré, su anarquía, su conspiración; de su mentor en psicoanálisis Otto Rank, a pesar de su fealdad, su inteligencia, su paternalismo; y de Rupert Pole, la confianza absoluta, su juventud. Al final, fue Pole quien recibió el encargo de publicar los diarios inexpurgados.
Estoy enamorada otra vez. No solamente de Henry. Sólo enamorada. Lo he sentido esta mañana.
24 de julio de 1935
Le roi soleil, el padre
Quizás este sea el capítulo más fuerte de la vida de Anaïs Nin, y es que después de ser abandonada por su padre en 1914, prácticamente no volvió a verlo sino hasta 1932. De su padre admira eso, que fuera su padre, pero tampoco lo veía como a un padre, lo veía como a un hombre, lo veía como a sí misma, de él le gustaba lo que tenía de ella. Eran uno mismo, eran lo mismo. Los encuentros incestuosos fueron absolutamente pasionales, arrebatados, ocultados, jurados para secreto eterno. El rey de la selva, el sol, el dios representaba el amor no humano, el sentimiento de liberación proporcionado por el amor único, con el que nunca podría contar. Pocos encuentros sexuales son descritos tan explícitamente en su diario. La relación no continuó, la culpa, los celos, la natural infidelidad ya sentada por la vida de Padre, Hugh, Miller y todos los demás. La escritora y su padre mantuvieron contacto epistolar, tal como empezó el encuentro reconciliatorio que derivó en un franco affaire: «verlo allí, tendido de espaldas, crucificado, y sin embargo, tan poderoso».
A partir de estos encuentros Anaïs se propuso escribir su novela La casa del incesto, lo que hizo temblar a su padre, que se sentía morir de sólo pensar que alguien más se enterase. Pero la escritora recurrió a la ficción para mantener el secreto. Gracias a una rudimentaria y pequeña imprenta que fundó en Macdougal Street, Nueva York, Anaïs Nin publicó esta novela y otras más como Delta Venus que empezó a escribir al lado de Henry Miller durante una época de crisis económica. En su diario cuenta cómo es que le debe al dentista, la renta, el teléfono, al tintorero, que sólo tiene dos pares de medias remendadas y que Miller necesita ropa interior, mientras que Gonzalo no tiene nada para el desayuno. Se trata de relatos eróticos que vendían a dólar la página, para un coleccionista. Entre sus obras más destacadas también figuran Escaleras hacia el fuego, Invierno del artificio y Bajo una campana de cristal. Esto hizo que Anaïs Nin fuera la primera escritora de literatura erótica en publicar en ee. uu.
No es la moral la que me impulsa a trabajar, sino el hecho de que no hay otro medio para conseguir lo que uno quiere.
9 de marzo de 1936.
June y otras hijas de lesbos
Anaïs que aceptaba amar a todo aquel que se le acercase, no se negó a hacerlo con miembros de su mismo género. June Mansfield, la segunda mujer de Henry Miller, fue la primera mujer que cautivó a Anaïs «June me ofrece la muerte y la destrucción. June me hechiza [...] es mi aventura y mi pasión». No se puede decir que Nin fuera completamente lesbiana, pero sus encuentros con Thuerma Sokol, Rebeca West o con Louise de Vilmorin los describe de manera muy distinta de como habla del sexo con los hombres. En ellas admira la belleza y la voluptuosidad, la feminidad. Se acerca a ellas y deja que se le acerquen con delicadeza, con admiración. Al leer los diarios uno puede darse cuenta que la suavidad que representaba una relación de este tipo no podía ser más que efímera y breve, pues ninguna mujer podía aspirar a suplir la figura del padre, por más que Anaïs viera en él un lado femenino, el que la refleja.
Otra noche con Thurema, que está nerviosa, excitable, infeliz y explosiva. Trato de ayudarla. Dice que no es un padre lo que necesito, sino una madre.
17 marzo de 1936
Dos ángeles
Anaïs Nin, antes de que se agudizara el conflicto de la Segunda Guerra Mundial, emigró a ee. uu. estableciéndose en Nueva York. En 1947 conoció a Rupert Pole en un elevador y quien, tiempo después, creyendo que finalmente Anaïs se había divorciado de Hugh Guiler —ya convertido en Ian Hugo, cineasta—, la invitó a un viaje a California del que jamás regresó. Como siempre, ella mintió a su marido, inventando un paseo a las Vegas con unas amistades. El colmo de sus crimen fue que llegó a casarse con Pole en 1955, noticia que mantuvo ferozmente guardada en secreto de su legítimo esposo. Once años más tarde recapacitó sobre los problemas legales que esto traería a ambos, Pole y Hugh, si ella falleciera. Sin dudarlo, hizo anular su matrimonio con Pole. Su lealtad hacia Hugo perduró hasta su muerte. Dejando, al morir de cáncer, dos deudos que leyeron sendos obituarios: el Angeles Times dirigiendo sus condolencias al viudo Pole, mientras en el New York Times las condolencias se dirigían a Hugo. Rupert aceptó estar celoso, en efecto, pero estaba jugando el mismo juego que Hugo, al pretender creele a Anaïs Nin toda su vida; la más grande de las mentirosas, la más seductora de las mentirosas y la más leal de las embusteras. Bruja de las palabras.
Vida. Fuego. Ser yo misma en el fuego al que arrojo a los demás. Nunca muerta. Fuego y vida. Le jeu.
3 de marzo de 1937.
[1] 23 de octubre 1932. Incesto, diario amoroso (1932-1934), publicado en 1986 en su versión no expurgada. Hay una serie de diarios publicados en 1966, pero son ediciones que la propia Nin preparó para ocultar la mayor parte de los hechos y sus detalles, pues temió siempre herir susceptibilidades, principalmente la de su esposo.
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