por Victoria García Jolly
para
René Avilés Fabila con amor
Era una mujer a tal punto enamoradiza e intensa que por lo menos
una vez a la semana vivía un amor de fábula con algún pasajero que tuviera la
fortuna de sentarse junto a ella en el pesero; uno de esos amores que se encuentran una sola
vez en la vida.
Diariamente ella tomaba la combi colectiva que iba de San Ángel a
Villa Coapa para regresar a su casa. En aquel entonces, con menos coapenses y
menos tráfico, el viaje duraba unos cuarenta y cinco minutos a lo sumo, el
trayecto nunca ha sido corto. Al abordar miraba con cuidado a los pasajeros
tratando de reconocer en alguno los atributos que buscaba en un candidato a
pretendido para sentarse a su lado y, si no se equivocaba, hallar su amor verdadero.
Apenas a unas cuadras de la base, sobre
avenida de los Insurgentes, antes de llegar a Ciudad Universitaria, platicaban
entusiasmados de los asuntos más personales e íntimos. Bajaban la voz para que
los demás pasajeros no se entremetieran en su maravillosa historia. Pasando
Rectoría, y sin semáforos a la vista, ella sentía que su corazón se inflamaba
de emoción al escuchar de su compañero la ardorosa y anhelada declaración de
amor. Justo frente al Anexo se tomaban de las manos y sus miradas destilaban
miel. Llegando a Perisur el noviazgo vivía sus mejores momentos: ambos
temblando aún por el primer beso se miraban fijamente y las luces del alumbrado
público hacían pensar al resto de los pasajeros en las noches estrelladas y los astros tiritando azules a lo lejos, —Neruda
dixit.
En Villa Olímpica el trayecto se complicaba; abundantes autos y
claxonazos distraían a la pareja de la melaza que abunda cuando los besos son
tiernos y muchos. Al dar la vuelta a la izquierda rumbo a avenida San Fernando,
el tráfico y los continuos enfrenones hacían estragos en el ánimo de ambos que
sólo buscaban la manera de consumar su amor. La oscuridad, porque siempre estos
trayectos ocurrían de noche, los protegía y disimulaba el escarceo erótico de
la apasionada pareja. Pero no se podía llegar a más, las miradas y expresiones
reprobatorias de los pasajeros los hacía detenerse cohibidos.
Justo al pasar frente a los velatorios de ISSSTE, un viento
fúnebre los atrapaba y surgía inevitablemente la primera desavenencia, no
podían acordar quién quería más a quién, quién estaba más enamorado, quién era
más fiel. Cuadras más adelante, el asilo de ancianos les recordaba que tenían
una vida llena de dicha por delante y lograban reconciliarse. Apenas unos metros más, el
ambiente que la correccional creaba en sus inmediaciones se hacía propicio para
una pequeña pausa que él capitalizaba al fijar su mirada en una muchacha con
minifalda que se subía en la parada. La enamorada, loca de celos, protestaba
sin estilo y con poca gracia.
Al detenerse el vehículo en calzada de Tlalpan el pleito iba
llegando a mayores. Ella lloraba inconsolable mientras él trataba de
justificarse: «ni la conozco, no sé quién es, es horrorosa», aunque la Horrorosa se indignara al escuchar el
calificativo. «Pero te gusta», lloraba la novia. «¡Que no! Entiende, sólo tengo
ojos para ti». El drama se prolongaba hasta la glorieta de Huipulco, donde por
fin él lograba calmarla y nuevos besos reconciliatorios aliviaban el estrés de
todos los pasajeros.
Luego de cruzar el Viaducto Tlalpan y entrar a Acoxpa, en el
clímax del apaciguamiento, comenzaban a planear su próxima boda: «Será en casa
de mi madre, el patio es enorme, tendremos montón de invitados». Él, como es
lógico, titubeaba un poco: «Bueno _________sí, pero falta mucho para eso; tengo
que acabar la carreara primero y conseguir un buen trabajo»/ «No te preocupes»,
lo interrumpía, «trabajarás con mi papá, él te puede conseguir un buen puesto».
«Imposible», trataba de defenderse: «yo quiero ser médico, no puedo dedicarme a
un taller mecánico, por grande que sea». En ese momento la combi se detenía en
FISISA, cuatro pasajeros bajan lamentando perderse el final de la historia. La Horrorosa y un señor viejito eran los
únicos que quedaban y estaban francamente absortos en los arreglos de la
pareja. Al arrancar de nuevo, los planes a futuro parecían desmoronarse: «No
puedo estar nueve años de novia esperando a que termines tu residencia y luego
hagas la especialidad en Houston como me dices, entiende que te amo tanto que
no podría estar lejos de ti, nada tendría sentido». «Estoy igual, amor, pero
creo que nos estamos precipitando». Sí, las palabras incorrectas dichas justo
al cruzar Prolongación División del Norte.
Nuevamente un violento sollozo hacía brincar a todos los pasajeros
y hasta el chofer, que por poco choca con un volksvaguen que salía del
estacionamiento de Banamex. Él trataba de tranquilizarla y buscaba argumentos
sensatos que la convencieran de su amor, pero el cruce con Canal de Miramontes
se aproximaba y ella tenía que bajarse apenas una cuadra después, ¿cómo hacerlo
sin haber resuelto esta dificultad? ¿Cómo bajarse dejando a bordo al amor de su
vida, sin un acuerdo para su futuro juntos? Al pasar la combi entre El
Sardinero y Aurrerá ella tomaba una decisión, probablemente la más difícil de la
semana: «No tiene caso seguir con esto, eres libre de hacer lo que quieras, yo
superaré nuestra separación por difícil que sea. Chofer, por favor déjeme en El
Fortín». Descendía del vehículo todavía entre lágrimas y largos suspiros, pero
resuelta y convencida de que así sería mejor para ambos, es más, este sujeto ni
siquiera valía una sola de sus lágrimas, mucho menos sus sacrificios ¡vaya
pendejo! Luego de caminar tres cuadras hasta su casa, su corazón latía
satisfecho y agradecido por haber amado tan intensamente. Ya sosiega pensaba:
«Tal vez mañana o pasado conoceré al verdadero gran amor de mi vida».
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