Un
impulso sentimental y verdaderamente absurdo la llevó a visitar a su hermana
camino al aeropuerto. Tenía más de tres años de no verla, y bien el encuentro
podía seguir aplazándose, pero el repentino afecto la hizo desviar su camino a
pesar de saber que comprometía su llegada a la terminal. Los aviones suelen ser
puntuales, le habían dicho. La visita se alargó entre abrazos, últimas despedidas
y recomendaciones. El taxista aceptó el reto de volar literalmente para tratar
de llegar a tiempo. Muy satisfecho, pero ignorando que era demasiado tarde, la
dejó en el aeropuerto. El vuelo había cerrado sólo siete minutos antes.
La
encargada hizo arreglos para que pudiera viajar en el siguiente vuelo bajo la
advertencia de que debía esperar cerca de tres horas y cambiar de aerolínea.
Ella aceptó sin chistar.
Justo
cuando estaba por abordar, la sala de espera estaba inusualmente repleta. Ni un
asiento disponible. La gente que la rodeaba hablaba en voz tan alta de tal
manera que así se enteró de que el avión perdido jamás despegó. Estaba
demorado. Los pasajeros que habían llegado a tiempo seguían esperando mientras
ella se sentaba cómodamente y se abrochaba el cinturón de seguridad, satisfecha
de saber que, en menos de dos horas, estaría acostada en su cama.
Epílogo
El capitán anunció por el altavoz que habría ligera
turbulencia y que para Michelle, una de las sobrecargos, sería su último vuelo,
pues un embarazo de dos meses le demandaba permanecer en tierra. Todos los
pasajeros prorrumpieron en aplausos. No haber tenido que pagar otro boleto,
bien vale esto, pensó.
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